Muchas
eran las voces que, durante la primera gran crisis del siglo XXI, aclamaban la
ineficacia del sistema capitalista. Un modelo triunfante y consolidado tras la Segunda Guerra
Mundial, ahora puesto en cuestión y criticado en un mundo tocado por el
desempleo y las desigualdades.
Muchos pensábamos que se lidiaría
y resolvería la crisis encontrando un capitalismo más ético, más social y
responsable. Sin embargo, ha habido muy pocos pasos en ese sentido, los
gobiernos, abanderados legítimos de una sociedad exhausta, no han hecho grandes
cambios.
No está todo perdido.
Esa es mi opinión como colaboradora de Socialnest, una incubadora de empresas sociales, donde durante este año he podido conocer a emprendedores sociales y profesionales éticos extraordinarios. Sin olvidar a mis compañeros, todos portadores de un mismo sueño.
Esa es mi opinión como colaboradora de Socialnest, una incubadora de empresas sociales, donde durante este año he podido conocer a emprendedores sociales y profesionales éticos extraordinarios. Sin olvidar a mis compañeros, todos portadores de un mismo sueño.
No está todo perdido y la
respuesta está en los mercados de abastos, en las universidades, en las calles,
en la sociedad. Un mundo más justo en un sistema capitalista más ético pasa por
todos nosotros, ciudadanos exigentes y comprometidos. Así que más vale ponerse
manos a la obra y no esperar a que nos caiga del cielo.
Es fácil decirlo, pensaréis. No se
puede mejorar el mundo tan fácilmente, pero sí se puede empezar a discutir
sobre ello; debemos poner desde ya el tema encima de la mesa.
Y eso precisamente es lo que ha
hecho Thomas Piketty, profesor de la Escuela Económica de Paris y autor del
libro “Capital in the twenty-first century” (Harvard University Press). Piketty
ha estudiado la historia de más de veinte países y analizado datos económicos y
sociales de casi tres siglos. Sus conclusiones no han dejado a nadie
indiferente.
Tuve la suerte de poder asistir a
su conferencia el pasado 7 de noviembre en la Haus der Kulturen der Welt en
Berlín. La cola daba la vuelta a la manzana, se completó el aforo y tuvieron
que poner pantallas adicionales en salas contiguas. Daba la impresión que
asistíamos a un concierto de los Rolling Stones.
Más allá de lo anecdótico, el
interés por el economista demostró que la gente está preparada para escuchar
nuevas propuestas. La conferencia arrancó con una afirmación enigmática: “la
democracia no ha cumplido su promesa igualitaria”.
Durante la conferencia, resumió en
30 minutos las casi mil páginas de su superventas. Me quedo con las siguientes
ideas principales:
1) El incremento de las desigualdades a nivel global y dentro de cada país.
Piketty asegura que el capital,
aunque ha cambiado de forma (antes era básicamente la posesión de tierra, hoy
es más difuso con acciones, participaciones, propiedades), sigue en manos de
una minoría. Y además, la riqueza de esta minoría crece más rápido que la
riqueza del resto de personas, incluso más rápido que la riqueza del propio
país.
Alerta del riesgo de una clase
media que está reduciéndose, tendencia agravada por la crisis. En las
democracias del siglo XXI, añade que, las clases medias deberían expandirse y
la desigualdad de rentas entre los más pobres y los más ricos disminuir.
Según sus estudios, no estamos en
la dirección correcta.
2) La necesidad de una mayor transparencia en lo fiscal y económico.
Transparencia que iría de la mano
con una cierta regularización financiera. Reconoce que su propuesta de una tasa
sobre la riqueza global es idealista pero sería un paso para hacer una
globalización más justa. Si más gente se beneficia de la globalización, menos
gente descontenta optaría por opciones nacionalistas.
También anotar el hecho de que el
público alemán arrancara en aplausos cuando Piketty tachó de actitud “egoísta”
a Francia y Alemania por su rechazo de crear una tasa de interés sobre la deuda
común a todos los países de la Eurozona. Comprometiendo
las posibilidades de salida de la crisis para los países del Sur de Europa, aún
más si cabe.
El economista recomienda a la Unión Europea
reforzar la unión fiscal y le exige crear medidas anticorrupción más serias y
universales. Según él, esto mandaría un mensaje importante: la integración
europea es sinónimo de justicia fiscal.
Por supuesto, este enfoque no está
exento de críticas, sobre todo de la tradicional escuela liberal británica, le
achacan fallos en los cálculos y la metodología, y hasta él reconoce que sus
fórmulas no son perfectas. Como aseguró al final de la conferencia, los
historiadores le critican el hecho de ser demasiado economicista y estos
últimos rechazan su visión demasiado histórica.
La vieja lucha entre las
disciplinas de las ciencias sociales parece que sigue de plena actualidad.
De
cualquier manera, el debate queda abierto. Parece que se pierde el miedo a
criticar a nuestro capitalismo, sin que le tachen a uno de comunista. Porque un
capitalismo más justo es posible y participar en el debate se convierte en necesario. Debemos empezar a hablar de una economía con
valor social e histórico, y no de esa otra, basada en cifras abstractas, con la
que nos bombardean a diario los medios de comunicación y los políticos.
Una economía al servicio del
ciudadano y no al contrario.
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