Millones de personas, jóvenes y no tan jóvenes, forman parte de un ejército de benevolencia que hace que el mundo sea un lugar mejor. Hasta Naciones Unidas dedica el 5 de diciembre al Día Internacional del Voluntario, síntoma de que esta figura se refuerza con el paso del tiempo.
Ni el egoísmo ni la crisis han mermado el fenómeno solidario. Lo que sí que ha habido es una evolución en el sector que ha diversificado la manera de regalar tiempo y energía por el bien común. Hoy en día, se puede participar en voluntariados grupales (en grupo o en familia), voluntariado virtual (ciberacciones…), microvoluntariado (acción puntual en el tiempo)…
En cualquiera de sus formas, el voluntariado es fundamental en una sociedad democrática saludable, promueve la integración social y da voz a los ciudadanos que ayudan a crear una comunidad más justa y solidaria. Además, es el principal capital de muchas organizaciones del tercer sector que, hoy más que nunca, necesitan recursos de todo tipo.
Estas organizaciones tiran de esta fuerza extraordinaria de trabajo, mientras que los voluntarios encuentran una manera de realizar un impacto positivo en la sociedad, motivados por alguna causa en particular, para ganar experiencia o simplemente para sentirse útiles y dar sentido a sus vidas.
Y aunque el espíritu voluntario es fuerte, la mencionada falta de recursos, la gran rotación de personal y la falta de organización que suele darse en algunas organizaciones del tercer sector pueden causar graves mellas. He sido voluntaria y he organizado voluntarios, y el reto más grande que uno se encuentra es precisamente mantener una motivación alta entre los voluntarios que recordemos no perciben una gratificación salarial.
Las organizaciones tienen que estar preparadas para aportar un marco adecuado para el desarrollo de sus actividades y entender que el voluntario, si bien tiene una gran motivación inicial, esta no es resistente al paso del tiempo o a los citados inconvenientes, inherentes a muchas de las organizaciones.