DE AL QAEDA AL ESTADO ISLÁMICO

Constantemente leemos noticias de los actos violentos que realizan, vemos las ejecuciones públicas que llevan a cabo, oímos hablar de musulmanes que viven en países europeos y que se han ido a luchar con el Estado Islámico (EI), pero conocemos muy poco de EI y ni siquiera sabríamos situarlo en un mapa.
 
Para más desinformación no dejan entrar periodistas en su territorio, y aquellos que lo intentan se convierten en sus víctimas. Las noticias que nos llegan vienen a través de sus violentos vídeos o a través de testigos huidos de su territorio.

Sin embargo, ha caído en mis manos un libro del periodista irland
és Patrick Cockburn, “ISIS el retorno de la Yihad”, especialista en temas de Oriente Medio y que, gracias a sus contactos e investigaciones sobre el terreno, puede aclararnos bastantes dudas.

EI está dirigido por un imán llamado Abu Bakr al Baghdadi, que se ha autoproclamado Califa (o sea jefe político y religioso), que estuvo preso en cárceles iraquíes en 2005 y, que se hizo tan poco de notar, que fue liberado creyéndolo poco peligroso.
 
Del 2010 al 2013, el Estado Islámico formó parte de Al Qaeda pero, en la actualidad, EI tiene más poder del que nunca tuvo esta organización y controla un territorio aproximado del tamaño de media España.

Pertenecen al grupo sunita, mayoritario en el Islam, y persiguen a las otras variantes de dicha religión, chiítas, alauítas, etc. a los que consideran herejes, así como a los pertenecientes a otras religiones, cristianos asirios,… o a otros grupos étnicos no afines, kurdos, turcomanos, yazidíes, … Son un grupo fanático puesto que no practican la tolerancia religiosa propia de su creencia y obligan a la conversión forzosa.




Conflicto en Siria, Kurdos, Estado Islámico, Iraq, terrorismo
Mapa de la zona bajo el control de EI. (Elaboración propia © Opiniatras)

Su territorio se encuentra a caballo entre Irak y Siria y controlan grandes zonas del norte de ambos países y parte del centro de Irak. Juegan muy bien sus bazas aprovechando las debilidades de ambos Estados y consiguiendo fácilmente armas, financiación y adeptos a la causa.

¿Cuál es la razón de su éxito y rápida expansion?

Hay varias razones que lo explican. Irak y Siria eran países controlados durante décadas por el partido Baaz, un partido laico que pretendía una revolución verde al estilo árabe y que se quedó, como siempre, en un control del poder por parte de grupos de poder y dictadores al uso.

En Siria, Hafez el Asad, de la minoría alauíta (cercana al chiísmo) y posteriormente su hijo, Bachir el Asad, han gobernado su nación con mano de hierro desde 1970 hasta la actualidad. Desde 2011, y dentro de lo que conocemos como la Primavera Árabe, hay una guerra civil entre el ejército gubernamental y las minorías religiosas que lo apoyan, por un lado y las milicias principalmente sunitas que intentan echar a los Asad del poder por la otra. El problema es que estas milicias, bien vistas al principio por los occidentales, a lo largo de la guerra se han ido radicalizando y fanatizando y muchas de ellas han acabado fusionándose con EI o colaborando con él. De este modo han convertido a Bachir el Asad en el bueno de la historia.

En Irak el problema es mucho más complejo. Si nos remontamos a la creación de Irak tras la Primera Guerra Mundial, veremos que ya se formó de un modo totalmente artificial juntando a los kurdos del norte, que no son árabes pero si sunitas, con los árabes sunitas del centro del país y con el grupo más numeroso de chiítas del centro y el sur. Y todo para darle un reino a Feisal, un jefe árabe que luchó contra la ocupación turca y al que los ingleses y franceses prometieron un reino, Arabia, que después no pudieron ni quisieron darle. Muy al contrario Francia se quedó con los protectorados de Líbano y Siria y Gran Bretaña con Palestina e Irak, en donde Feisal era un rey títere.

Desde 1968 hasta 2003, el país estuvo gobernado por los baasistas, primero por Ahmed Hasan al-Bakr, y, a partir de 1976, por su lugarteniente Sadam Husein, ambos de la ciudad de Tikrit y ambos sunitas. La concentración de poder que se produjo paulatinamente convirtió a Sadam Husein en un dictador feroz.

Con el apoyo de EEUU, Francia y la URSS declaró la guerra al Irán chiíta del ayatollá Jomeini. La guerra duró ocho años y después de casi un millón de bajas las fronteras volvieron al punto de partida y los dos países quedaron en una situación económica lastimosa. Sadam aprovechó esta guerra para masacrar, hasta con armas químicas, a la minoría kurda del norte del país.

Pero su mayor error fue invadir Kuwait, lo que provocó la Primera Guerra del Golfo. Tras recuperar los americanos Kuwait, George Bush padre sintió la tentación de invadir Irak, pero sus asesores se lo desaconsejaron alegando que Irak no era un país homogéneo y que le saldría, en todos los aspectos, más cara la invasión que los beneficios que obtendría de ella. Fue el poco lúcido George W. Bush, hijo del anterior, el que incluyó a Irak en el “eje del mal” e invocando, sin fundamento ninguno, que Sadam poseía armas de destrucción masiva invadió el país en el 2003.

Desde entonces, Irak no ha vuelto a ser un Estado. Sadam fue ejecutado, pero los tres grupos principales que forman el país, no han hecho otra cosa desde entonces que enfrentarse entre ellos. EE UU después de tener el país ocupado durante años y no obteniendo ningún beneficio tangible del mismo decidió permitir un gobierno propio, pero éste está dominado mayoritariamente por los chiítas. Los sunitas, menos numerosos, y que habían gobernado el país en tiempos de Sadam Husein, se sienten relegados y maltratados en el nuevo gobierno de Nuri al Maliki del partido Dawa (chiíta).

El Kurdistán iraquí es, desde hace diez años, prácticamente un Estado independiente y el resto del país está corrompido hasta la médula. El ejército, de efectividad casi nula, vende los ascensos y más de la mitad de los soldados lo son sólo sobre el papel. En la práctica están de permiso perpetuo a cambio de la mitad de su sueldo que dan a sus jefes y oficiales. Las mercancías que atraviesan el país deben pagar tantas corruptelas que muchos empresarios han dejado el negocio con el consiguiente desabastecimiento.

Se entenderá fácilmente que la población de las ciudades sunitas de Irak y Siria haya apoyado en la mayoría de casos la invasión y control de EI. El hecho más importante y llamativo fue la caída de Mosul, ciudad sunita del norte de Irak con más de millón y medio de habitantes, en poder de sus milicias en junio de 2014 y que cayó prácticamente sin lucha. Los mil trescientos milicianos del EI vencieron a 60.000 soldados y policías gubernamentales que fueron abandonados por sus jefes.

Los wahabitas de Arabia Saudí, rama fundamentalista de los sunitas y mayoritaria en este país, han subvencionado indirectamente a estos grupos radicales. Su odio hacia otras confesiones (o herejías) islámicas les ha llevado a dar grandes cantidades de dinero para mezquitas y otros objetivos. Pero EE UU no puede interferir porque es su mejor aliado en Oriente Medio y su petróleo es imprescindible.

¿Soluciones?

El problema es que en esta historia no hay buenos. EE UU por invadir Irak, el gobierno iraquí por su dominio exclusivamente chiíta, Siria por tener un dictador baasista, Irán por su fundamentalismo y su intento de tener armas atómicas e Israel por haber conseguido tener a todos los países musulmanes en contra y ser un elemento desestabilizador en la región.

La paradoja de todo esto es la alianza soterrada, por comunión de intereses, entre Irán, los kurdos y EE UU, para luchar contra el EI. Lucha que no se prevé fácil puesto que las milicias sunitas están bien armadas, muy motivadas y dirigidas por antiguos generales de Sadam. Todo lo contrario del ejército iraquí, corrupto y desmotivado.

Pasarán años antes de que EE UU y sus aliados puedan recuperar el territorio en poder de EI y todo por la prepotencia de Occidente y el grave error de no entender la idiosincrasia, la complejidad y la dinámica del mundo islámico.

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